Día de los enamorados

Ya sabéis que el otro día me levanté aculturado y me vino una imagen a la cabeza de ondulantes barras y estrellas mecidas al compás de la trémula voz de Cristina Aguilera, que cantaba el himno de Estados Unidos y… se olvidaba de la letra en el acontecimiento deportivo de mayor audiencia del mundo. Me pareció una señal de que debía encomendaros la ardua tarea de sincerar vuestro corazón ante el ser amado con motivo del 14 de febrero, previo paso por este lugar, para recibir la sanción adecuada. Eso, o que como estoy empeñado en que escribáis, cualquier motivo parece bueno.

Os recuerdo que toca o bien un soneto de tema amoroso, obligatorio para los de 1º de Bachillerato pero opcional para los demás; o bien una declaración en toda regla, pero en tono humorístico, que puede ser en prosa o verso, como gustéis; o bien una carta de amor. Esforzaos. Esmeraos. Que quien sea caiga rendido a vuestros pies después de contemplar la pureza de vuestros acendrados sentimientos (la palabra «acendrado» hay que buscarla en el diccionario, ¿eh?). Nada de «te quiero mucho, como la trucha al trucho», a ver si estrujando la víscera palpitante, sale algo de más provecho.

Iré modificando esta entrada de aquí al domingo, víspera del día de San Valentín, con poemas y cuentecillos sobre el tema en cuestión. Propongo mientras tanto al buen entendedor el ejemplo de esta dulcísima canción que compuso la mañana siguiente al día de su boda un conocido de todos los asiduos al blog, Tim Minchin, para que os inspire. Se titula «Ahora nada puede pararnos».

Y recordad, podéis sentir la imperiosa necesidad de declararos… a una morcilla de Burgos. Y además, lo entendería. O escribir una epístola a ese amor platónico imposible de llevar adelante que os arrastra hacia un marciano de ojos saltones, de dos docenas de ojos saltones, quiero decir. Vosotros veréis. Os recuerdo que aunque seáis los autores, no tenéis por qué ser narradores de vuestros trabajos.

Comenzamos, pues, con un soneto de Quevedo (ya os leí «Amor constante más allá de la muerte»):

Es hielo abrasador, es fuego helado,
es herida que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado.

Es un descuido que nos da cuidado,
un cobarde con nombre de valiente,
un andar solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado.

Es una libertad encarcelada,
que dura hasta el postrero paroxismo;
enfermedad que crece si es curada.

Éste es el niño Amor, éste es su abismo.
¿Mirad cuál amistad tendrá con nada
el que en todo es contrario de sí mismo!

Una ayudilla tramposa: ¿Sabéis lo que es un diccionario inverso? Echad un vistazo.

Ahora, un microrrelato de Lorenzo Oliván, que se me quedó en el tintero en el último post:

“Cardióloga y morena”
Aquella hermosa médico, cardióloga y morena, me aplicó el fonendoscopio, lo giró un poco en mi pecho y me lo abrió, como si de una caja fuerte se tratara, metió mi corazón en su puño, se dio la media vuelta y se marchó.

Añado una pregunta de nada:

¿Quiénes son estos dos? ¿En qué momento de su historia se hallan? ¿De quién es la escultura? ¿Dónde podemos verla? Una pista: Apuleyo cuenta este mito, entre otros… ¿Alguien lo puede resumir?

Como lo prometido es deuda, escribo uno de los Sonetos del amor oscuro, de Federico García Lorca:

SONETO DE LA DULCE QUEJA 

Tengo miedo a perder la maravilla
de tus ojos de estatua y el acento 
que me pone de noche en la mejilla 
la solitaria rosa de tu aliento.

Tengo pena de ser en esta orilla 
tronco sin ramas, y lo que más siento 
es no tener la flor, pulpa o arcilla, 
para el gusano de mi sufrimiento.

Si tú eres el tesoro oculto mío,
si eres mi cruz y mi dolor mojado, 
si soy el perro de tu señorío.

No me dejes perder lo que he ganado
y decora las aguas de tu río
con hojas de mi Otoño enajenado. 

Una pequeña joya es el libro de Almudena Guzmán, Usted. En él recrea la situación de sumisión respecto del ser amado que hemos podido ver en el amor cortés, pero en nuestros días. Fijaos en este poema:

Justo el día en que llevo gafas y un jersey
horroroso
usted descubre mi arrinconada existencia.

Le hablo con la sorpresa de no sorprenderme al tocar una
ardilla.

Y contengo como puedo este alud de labios para no
abalanzarme sobre su nuca
mientras guarda, de espaldas a mi sombra creciente,
unos papeles en la carpeta.

Un último poema para cerrar la entrada a la altura de las nueve y media de la noche, desde donde puedo ver muchas visitas al blog, pero pocos sonetos todavía. ¡Cómo apuráis! Se trata de «Resumen», que encontraréis en Completamente viernes, junto con Habitaciones separadas, mi libro preferido de Luis García Montero, quizá el más influyente de los poetas contemporáneos. Y dice así:

No existe libertad que no conozca,
ni humillación o miedo
a los que no me haya doblegado.
Por eso sé de amor,
por eso no medito el cuerpo que te doy,
por eso cuido tanto las cosas que te digo.

Esto sí que es un declaración en condiciones, y tomarse las cosas con deportividad. Cuánto tenemos que aprender del Conde Draco (Count von Count, en la versión original):