Culturilla veraniega. Córdoba 2013. La fábrica de papel


mezquita

Los conocidos arcos de la Mezquita de Córdoba

Antes de que terminara el curso pasado pude hacer una escapada de fin de semana a Córdoba donde, además de esa maravillosa  Mezquita que costó solo 30€, visité la Casa Andalusí. La casa, del siglo XII, se encuentra en la calle de Judíos, próxima a la espectacular sinagoga de la ciudad. En ella se encuentra un exquisito museo del papel, uno de los más antiguos conservados.

El papel fue inventado en China en el siglo II y se transmitió a la cultura árabe en el VIII, según cuenta la leyenda, tras la batalla de Samarcanda del año 751, en que se capturó a algunos papeleros. Fuera de ello, lo cierto es que proliferan los molinos de papel en el ámbito musulmán, y Córdoba fue señalada con varias fábricas de papel, bajo el puente romano, reutilizando algunos molinos de trigo, con pequeñas modificaciones.

Los instrumentos de las fotos datan de entre el siglo X y el XII. A través de ellas podemos reconstruir las etapas del proceso de generación del papel:

Primero, se seleccionan trapos y cuerdas, es decir, productos vegetales, muchas veces de desecho. Después, los trapos se desguinzaban, cortaban en trozos pequeños, en el sacudidor, una mesa de madera con un marco donde se colocaban los trapos, y en que se situaba una hoja de guadaña llamada dalla, que permitía desgarrar los trapos, eliminar dobladillos, y demás. También se cortaban las sogas y las suelas de alpargata en el marrazo, un tronco de árbol hueco donde se operaba con los materiales más duros con hachas de dos filos.

A continuación, se centrifugaban los trapos en el espolsador o diablo para eliminar el polvo y otras impurezas que pudieran perjudicar las condiciones del resultado final. Una vez concluido ese proceso, se dejaban fermentar los trapos en el pudridor, introduciéndolos en agua en una tina de obra. Ese depósito se mantenía durante varias semanas, hasta que la temperatura del agua, por causa de ese proceso, impedía que se pudiera meter la mano. No es que los trapos se pudrieran, pero el olor se asemejaba, desde luego.

Después, se baten los trapos en el mortero hasta confeccionar la pasta de papel, gracias a la fuerza hidráulica del molino: Los mazos golpeaban entre 40 y 60 veces por minuto. Había distintos tipos de mazos, desde los que, provistos de clavos cortantes, desfibraban los trapos, pasando por las pilas de enfurtidoras, con mazos de clavos de punta roma para prensar y frotar los trapos, hasta pasar por los mazos refinadores, completamente lisos. Con la pasta preparada, se forma la hoja de papel. Primero se moja en agua en una tina de madera, de donde el artesano coge una parte y la extiende en el molde, colocando una frasqueta o marco superpuesto. Esta forma o molde era un cedazo compuesto de hilos metálicos en un bastidor de madera, por donde se colará el agua sobrante. También este es el momento de disponer la filigrana o marca de agua, con un pequeño alambre.

El siguiente proceso se llama poner la hoja. Era el paso previo a prensar la posta en una prensa de tornillo, normal y corriente. La posta es una pila de 260 hojas de papel con fieltro protector entre ellas. Tras el prensado, se separan las hojas del fieltro y se secan en un tendedero o mirador. Más tarde, se encolaba el papel con el objeto de que aceptase la tinta haciéndose impermeable a ella. El potingue gelatinoso en que se sumergía el pliego de papel, siempre protegido por unos cartones, procedía de la cocción de pieles de animales y otras carnazas en una caldera con sulfato de alúmina. Finalmente, se prensaba el papel para que el aglutinante se extendiese de manera uniforme, en una prensa diferente que contaba con un pequeño desagüe para que salga el sobrante de cola, se secaba el papel por segunda vez y se comenzaba a satinar.

Para satinar el papel se tomaban algunas hojas y se golpeaban con un martillo hidráulico o se pasaban (en tiempos posteriores) por una calandria (máquina con una serie de rodillos entre los que pasaba el papel). También se podía frotar el papel con cantos rodados. Ya solo resta igualar y contar el papel, antes de empaquetarlo. Las resmas solían constar de unas 500 hojas y cada paquete o bala de 10 resmas o en balones de 24 resmas.

El trabajo en el molino de papel era sin duda bastante penoso. Entre el polvo que salía del diablo y el olor del pudridor, la respiración resultaba complicada. A ello se debe añadir el constante ruido de las pilas y el martillo hidráulico, así como la permanente humedad. Imaginaos el invierno en el taller. Un espanto.

Para rematar la faena, los interesados pueden consultar este documento sobre la Imprenta manual, que ofrecí en el blog hace ya rato.

La fuente esencial para esta entrada es el mejor trabajo sobre el tema de su título, a mi entender. Se trata de El libro antiguo, de M. J. Pedraza, Y. Clemente y F. de los Reyes. Ed. Síntesis. 
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