Un año sin fumar

Me llamaban «el Chime». Tenía veinte años y jugaba de delantero. Me fumaba uno justo antes de salir a calentar –había otros peores, que fumaban mientras corrían la banda– y otro nada más terminar el encuentro, con los pulmones bien abiertos, tanto que hasta dolía respirar. «Chime» venía de chimenea, claro, por todo el humo que exhalaba.

¿Quién me iba a decir a mí que podría dejarlo? No habría apostado ni un duro (que viene a ser un céntimo de euro) por mí. Yo no sabía esperar a alguien sin fumar ni hablar por teléfono sin fumar ni leer sin fumar ni tomar café sin fumar ni salir por la noche sin fumar ni ir conduciendo sin fumar ni ponga-usted-lo-que-quiera sin fumar…

Si me faltaba tabaco a las tres de la mañana y no podía dormir justamente por eso, a pesar de la pereza, me vestía y salía a comprar por no pasarlo mal; no aguantaba en la biblioteca más de dos horas porque el cuerpo me pedía nicotina; nunca quise cruzar el Atlántico porque me daba miedo pasar no sé cuántas horas de avión sin poder echar un pitillo… El tabaco marcaba la pauta de mi vida y condicionaba qué podía y qué no podía hacer.

Llevo un año sin fumar.

Llevo un año sin fumar. Sé ver la tele sin fumar, sé estudiar sin fumar, sé vivir sin fumar… Soy oficialmente un ex fumador, el mejor ex que se puede ser (a la altura de ex presidiario, más o menos). Puedo ir a todas partes, permanecer el tiempo que me dé la gana en cualquier lugar, se pueda o no fumar, porque no tengo que irme corriendo a dar una calada. Soy mucho más libre así.

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Es verdad que he cogido algo de peso. Sin embargo, me siento más ágil y respiro mejor. Y una cosa más: me aterra pensar en el apestoso olor corporal que debía desprender, teniendo en cuenta que, desde este otro lado, no me gusta nada el regusto que deja el tabaco en las personas, un tufillo rancio. Menos mal que el olfato lo he recuperado también para lo bueno: la comida, mi perrillo, el campo, huelo más intensamente, huelo mejor, olores que había olvidado en lo recóndito de la memoria de mi infancia, incluso algunos para los que no tengo nombre.

Qué sé yo. Hace un año ya. Cómo me costó, madre. Parecía imposible durante las primeras horas, y a día de hoy está chupado.

He ganado salud, un montón de dinero (v.gr. si fumáis un paquete diario, en seis meses os ahorraríais 700€), y once minutos de vida por cada cigarro que no consumí. No es moco de pavo.

P.S.: Dejo algunos datos:

• Cada seis segundos muere una persona en el mundo por culpa del tabaco.
• Esto supone más de 50.000 muertos al año en España.
• El 85% de los casos de cáncer de pulmón se deben al consumo del tabaco (si no existiera el tabaco, este tipo de cáncer sería una enfermedad rara).
• En Europa, el tabaco exige 25 millones de euros en gasto sanitario.
• Con la ley antitabaco hay hoy un 70% menos de fumadores pasivos. Sin embargo, como tenemos bastantes autoridades idiotas –empezando por la ex presidenta Esperanza Aguirre, que la obstaculizó en nuestra comunidad cuanto le fue posible, y más allá, y siguiendo por el presidente de Cantabria, entre otros–, se está poniendo en cuestión la directiva europea con argumentos tan torpes y contradictorios que resulta sonrojante leerlos. Y ojo con Eurovegas y la ley ad hoc que van a regalar a Sheldon Adelson. Lo digo porque, por ejemplo, la probabilidad de que un fumador pasivo tenga cáncer broncopulmonar aumenta un 35% sobre la población no inhaladora de humo.