Poetas del 27: Vicente Aleixandre. El Nobel de la generación


Cuenta José Luis Cano, que fue crítico literario pero también amigo del poeta, que Vicente Aleixandre no quería escribir poesía. Y lo cuenta en un prólogo (a su edición conjunta de Espadas como labios y La destrucción o el amor, en Castalia) que escribió en vida del premio Nobel de Literatura de la Generación del 27, por lo que hemos de suponer que cuenta con su visto bueno. Al parecer, ni siquiera le gustaba este género literario, que evitaba siempre– a diferencia de la narrativa–, debido a que las lecturas preceptivas en su infancia levantaban muy poco el vuelo. Por ejemplo, aquella estrofa pedestre que decía, qué horror:

Pasa, hermano mío, pasa,
verás desierta mi casa, 
yerto y solitario el nido
donde mi bien ha dormido.
 

En fin. Fue cuando descubrió primero la habilidad técnica de Rubén Darío, gracias a una antología que le prestó Dámaso Alonso durante el verano de 1917 en Las Navas del Marqués y las lecturas de alguno de sus padres poéticos, como Bécquer, Antonio Machado o Juan Ramón, cuando aprendió a amar en adelante un género en el que hizo aportaciones medulares.

Con Lorca, a la derecha, y Luis Cernuda, detrás. Mis tres poetas preferidos de la generación.

Con Lorca, a la derecha, y Luis Cernuda, detrás. Mis tres poetas preferidos de la Generación del 27.

Pero, en verdad, Aleixandre es un poeta si no por accidente, sí por enfermedad. Eso explica que los primeros poemas de este autor tardío aparecieran en 1926, y que hasta los treinta años no publicara su primer libro. La trayectoria que había elegido dirigía sus pasos profesionales por otros senderos cuando una tuberculosis nefrítica lo impidió para el ejercicio de la Economía y lo postró durante largos periodos. Desde entonces, y con más motivo cuando más adelante le extirparon el riñón, solía aprovechar los cotidianos intervalos de tratamiento para escribir, en lo que me parece una inaudita capacidad de abstracción, a la que debemos poemas como los cuatro que figuran aquí, solo cuatro por no cansaros, aunque reconozco que el último es un poco largo. Podrían ser muchos más. Es un gran poeta. Espero que os gusten.

UNIDAD EN ELLA

Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,
rostro amado donde contemplo el mundo,
donde graciosos pájaros se copian fugitivos,
volando a la región donde nada se olvida.

Tu forma externa, diamante o rubí duro,
brillo de un sol que entre mis manos deslumbra,
cráter que me convoca con su música íntima, con esa
indescifrable llamada de tus dientes.

Muero porque me arrojo, porque quiero morir,
porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera
no es mío, sino el caliente aliento
que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo.

Deja, deja que mire, teñido del amor,
enrojecido el rostro por tu purpúrea vida,
deja que mire el hondo clamor de tus entrañas
donde muero y renuncio a vivir para siempre.

Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo,
quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente
que regando encerrada bellos miembros extremos
siente así los hermosos límites de la vida.

Este beso en tus labios como una lenta espina,
como un mar que voló hecho un espejo,
como el brillo de un ala,
es todavía unas manos, un repasar de tu crujiente pelo,
un crepitar de la luz vengadora,
luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza,
pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo.

autógrafo

SE QUERÍAN 

Se querían.
Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada,
labios saliendo de la noche dura,
labios partidos, sangre, ¿sangre dónde?
Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz.

Se querían como las flores a las espinas hondas,
a esa amorosa gema del amarillo nuevo,
cuando los rostros giran melancólicamente,
giralunas que brillan recibiendo aquel beso.

Se querían de noche, cuando los perros hondos
laten bajo la tierra y los valles se estiran
como lomos arcaicos que se sienten repasados:
caricia, seda, mano, luna que llega y toca.

Se querían de amor entre la madrugada,
entre las duras piedras cerradas de la noche,
duras como los cuerpos helados por las horas,
duras como los besos de diente a diente solo.

Se querían de día, playa que va creciendo,
ondas que por los pies acarician los muslos,
cuerpos que se levantan de la tierra y flotando…
Se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo.

Mediodía perfecto, se querían tan íntimos,
mar altísimo y joven, intimidad extensa,
soledad de lo vivo, horizontes remotos
ligados como cuerpos en soledad cantando.

Amando. Se querían como la luna lúcida,
como ese mar redondo que se aplica a ese rostro,
dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida,
donde los peces rojos van y vienen sin música.

Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios,
ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas,
mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal,
metal, música, labio, silencio, vegetal,
mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo.

Ambos, de La destrucción o el amor, 1935 (1933)

mano entregada

MANO ENTREGADA

Pero otro día toco tu mano. Mano tibia.
Tu delicada mano silente. A veces cierro
mis ojos y toco leve tu mano, leve toque
que comprueba su forma, que tienta
su estructura, sintiendo bajo la piel alada el duro hueso
insobornable, el triste hueso adonde no llega nunca
el amor. Oh carne dulce, que sí se empapa del amor hermoso.

Es por la piel secreta, secretamente abierta, invisiblemente entreabierta,
por donde el calor tibio propaga su voz, su afán dulce;
por donde mi voz penetra hasta tus venas tibias,
para rodar por ellas en tu escondida sangre,
como otra sangre que sonara oscura, que dulcemente oscura te besara
por dentro, recorriendo despacio como sonido puro
ese cuerpo, que ahora resuena mío, mío poblado de mis voces profundas,
oh resonado cuerpo de mi amor, oh poseído cuerpo, oh cuerpo sólo sonido de mi voz poseyéndole.

Por eso, cuando acaricio tu mano, sé que sólo el hueso rehúsa
mi amor –el nunca incandescente hueso del hombre–.
Y que una zona triste de tu ser se rehúsa,
mientras tu carne entera llega un instante lúcido
en que total flamea, por virtud de ese lento contacto de tu mano,
de tu porosa mano suavísima que gime,
tu delicada mano silente, por donde entro
despacio, despacísimo, secretamente en tu vida,
hasta tus venas hondas totales donde bogo,
donde te pueblo y canto completo entre tu carne.

De Historia del corazón, 1954

LOS AMANTES VIEJOS

ÉL

No es el cansancio lo que a mí me impele

al silencio. La tarde es bella, y dura.

ELLA

Se ve en la noche el ruiseñor. No escucho.

El viento estos cabellos desordena. Mas no los míos.

Y la luna es fría.

ÉL

Oye la tierra

cómo gime larga. Son pasos, o su idea. No consigo

decir aún lo que en el pecho vive.

Vive tu sueño y mira tus cabellos. ¿Son ellos los que

ondulan

cuando los pienso? ¿O es la noche a solas?

Oh tú la nunca vista y siempre hallada.

La no escuchada —y siempre ensordecido.

De tu rumor continuo voy viviendo.

Cumplí los años, oh, no, cumplí las luces.

Cumplí tus luces misteriosas, y heme

ciego de ti. Mis ojos fatigados

no ven. Mis brazos no te alcanzan.

Después que te cumplí, como una vida, solo

debo de estar, pues miro y tiento, y nadie,

nada. El ojo ciego un cosmos ve. ¡No viera!

ELLA

Sé bien que es una voz lo que oigo. Cerca,

aquí a mi lado. Dime. Canta

el bosque. El ruiseñor invita. El viento pasa.

¿Son esos mis cabellos? Ramas siempre.

El viento es alto. Ralo el pelo pende.

Tómame, viento claro, toma y huye.

ÉL

El mar me dice que hay una presencia.

La soledad del hombre no es su beso.

Quien vive amó, quien sabe ya ha vivido.

Esas espumas que en mi rostro azotan

¿son ellas, son mi sueño? Extiendo un brazo

y siento helada la verdad. No engañas

tú, pensamiento solo

que eres toda

mi compañía. La soledad del hombre está en los besos.

¿Fueron, o he sido?, ¿soy, o nunca fueron? Soy quien

duda.

ELLA

Yo me sonrío, pues mis dientes son,

aún, eco y espejo, y da la luz en ellos.

Existir es brillar. Soy quien responde.

No importa que este bosque nunca atienda.

Mis estrellas, sus ramas, fieles cantan.

ÉL

El pensamiento vive más que el hombre.

Quien vive, muere. Quien murió, aún respira.

La pesadumbre no es posible, y crece.

Así la frente entre las manos dura.

Ah, frente sola. Tú sola ya, la vida entera.

ELLA

Pero el pájaro alegra su pasaje. Escucho,

purísimo cantor. Por mí has volado

y aquí en el bosque comuniòn te llamas.

Me llamo tú. Soy tú, pájaro mío.

ÉL

Qué soledad de lumbres apagadas.

La lengua viva no la veo, aún siento

su ceniza en la piel, y lame, y miente.

No: Verdad decide y expresión confía.

Su lengua fría aquí me habla, y, muda,

es ella quien me dice: «amor», y existo.

ELLA

La noche es joven. Son las horas breves,

por bellas. Son estrellas puras

las que lo dicen. Las que proclamaron

que el mundo no envejece. Su luz bella

perpetua es en mis ojos: también brillan.

ÉL

Qué insistencia en vivir. Sòlo lo entiendo

como formulación de lo imposible: el mundo

real. Aquí en la sombra entiendo

definitivamente que si amé no era.

Ser no es amar, y quien se engaña muere.

ELLA

¡Qué larga espera! Ya me voy cansando.

Aquí quedó en volver. Años o días,

quizá un minuto. Pero qué larguísimo.

Ya me voy cansando. Las estrellas lo dicen: «Ya es tu hora.

¿Cómo dudas?»

Yo no dudo. Yo canto. Hermosa he sido;

Soy, digo, pues lo fui. Lo soy, pues, siéndolo.

Y aguardo. Aquí quedamos, junto al bosque.

Se fue, le espero. Oh, llega.

ÉL

Nadie se mueve, si camina, y fluye

quien se detuvo. Aquí la mar corroe,

o corroyó, mi fe. La vida. Veo…

Nada veo, nada sé. Es pronto, o nunca.

ELLA

Con ropas claras me compuse. ¡Vuelve,

vuelve pronto! Así le oí. La primavera estaba

en su esplendor. Oh, cuántas primaveras

aquí esperando. ¡Por qué, por qué ha tardado

tanto! La vida inmóvil, como inmóvil siempre

la luz más fija de la estrella, dice

que joven es la luz, y en ella sigo.

El bosque huyó. Pero, otro bosque nace.

Y, clara estrella mía, yo te canto,

yo te reflejo. Somos… Esperamos.

ÉL

La majestad de este silencio augura

que el pensamiento puede ser el mundo.

Vivir, pensar. Sentir es diferente.

El sentimiento es luz,

la sangre es luz. Por eso el día se apaga.

Pero la oscuridad puede pensar, y habita

un cosmos como un cráneo. Y no se acaba;

como la piedra. Piensa, luego existe.

Oh pensamiento, en piedra; tú, la vida.

ELLA

Era ligero, como viento, y vino

y me habló: «Soy quien te ama, soy quien te ha sentido.

Nunca te olvidaré. Amarte es vida,

sentirte es vida». Así me dijo, y fuese.

Pero lo sé. Como un relámpago durable

está, y él vino, y si pasó, se queda.

Aquí le espero. Soy vieja… Ah, no, joven me digo,

joven me soy, pues siento. Quien siente vive, y dura.

ÉL

Concibo solo tu verdad. La mía

no la conozco. A ti te hablo, e ignoro

si estoy diciendo. A quien

digo no importa. Como tampoco importa lo que digo

o lo que muero. Si amo o si he vivido.

ELLA

No viviré. El alba está naciendo.

¿Es noche? ¿El bosque está? ¿Es la luna

o eres tú, estrella mía, la que tiendes

a desaparecer? El día apunta. La claridad

me hace a mi oscuridad. ¿Soy yo quien nace

o quien tiembla? ¿Quien espera o quien duerme?

Hablo, y la luz avanza. Las estrellas

se apagan. Ah, no me veo.

ÉL

La oscuridad es toda

ella verdad, sin incidentes

que la desmientan. Aquí viví, y he muerto.

Calla: Conocer es amar. Saber, morir.

Dudé. Nunca el amor es vida.

ELLA

Está al llegar, y acabo. Tanto esperé, y he muerto.

Supe lo que es amar porque viví a diario.

No importa. Ya ha llegado. Y aquí tendida digo

que vivir es querer, y siempre supe.

ÉL

Calla. Quien habla escucha. Y quien calló ya ha hablado.

(De Diálogos del conocimiento, 1974)

 
 
Deudas: Si pincháis en la imagen accederéis a la página oficial del poeta. Las fotografías que he publicado en esta entrada han sido tomadas de aquí y de allá, de páginas que, en mi opinión, las han escogido de entre las que figuran en la web de debajo. 
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Página oficial de Vicente Aleixandre

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