A Dios, como despedida


El viernes es el último día de clase. En el instituto se representa Dios, de Woody Allen. Para que sepáis con un poquito de tiempo de qué va la obra, os dejo las pocas líneas que he escrito para el folleto de presentación. woody-allen ateismo cristianismo dios jesus religion frases celebres noe molina

Woody Allen es conocido sobre todo por las películas que escribe, dirige e, incluso, protagoniza y que, con sistemática periodicidad, estrena cada año en España; pero no tanto por sus relatos o por sus obras de teatro. Sueños de un seductor, por ejemplo, comenzó siendo una comedia titulada Aspirina para dos destinada exclusivamente a la escena. Fue Herbert Ross quien dirigió la película a petición, parece, del propio Allen, que alegaba no saber hacerlo allá por 1972, pero que encarnó a ese inolvidable pobre hombre recién divorciado y cinéfilo que trata de ligar pareciéndose a su admirado Humphrey Bogart, hombre duro por excelencia ante el cual caen rendidas todas las mujeres, y no le sale. (¿cómo le va a salir?) De esas mismas fechas es la divertidísima Dios, con la que tanto tiene en común.

En Dios también veremos diluirse y traspasarse de aquí para allá la frontera entre la realidad y la ficción. Igual que Bogart conversa de tú a tú con el protagonista de Sueños de un seductor vestido como su personaje de la película Casablanca, vamos a ver ahora en escena a Groucho Marx persiguiendo a la Blanch de Un tranvía llamado deseo (quizá la obra de teatro más representada de aquel tiempo) en pleno delirio de la acción. Pero desde la primera escena se marca esa reflexión sobre el hecho teatral, cuando un extraño par de personajes, Autor y Actor de una obra que se desarrolla dentro de la obra Dios, discuten sobre el final adecuado con que cerrarla y llaman a Woody Allen por teléfono para resolver sus dudas, que quedan como estaban, porque este también lo desconoce. Allen, el escritor, creador de todos los personajes, incluso de su otro yo dentro de la obra, juega con nosotros en todas direcciones cuando alguien del público se ofrece a dar ideas y a representar un personaje más de la acción que estamos contemplando, quizá justo quien ocupa el sillón de nuestro lado. Los juegos ficcionales provocados por la aparición del teatro dentro del teatro son muy jugosos y afectan hasta a quienes contemplamos la obra, que podemos dudar de la realidad de nuestra naturaleza, puede que sujeta al guion diseñado por otro creador dramático, Dios, la única pregunta, la única respuesta posible al problema del libre albedrío del ser humano.

Pero eso, que parece muy serio, lo sea o no, queda sepultado en la obra por la potencia del humor del lenguaje y de las situaciones, por la tremenda ironía con que Allen contamina cualquier conato de reflexión seria, que cuestiona toda interpretación que queramos dar a la obra, excepto la absolutamente paródica. No es el fin del teatro brindar respuestas (y por eso la obra deja todo en el mismo lugar), aunque quizá sí plantear las cuestiones importantes. Desde luego, como dice un personaje casi al final de la obra, basta con que el teatro divierta. Eso seguro que lo consigue.

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